Es la mañana del domingo 22 de septiembre de 2019 y estoy en el 21-23 de Slater Street de Liverpool, sede del Jacaranda desde su creación en 1958 por Allan Williams, el primer manager de los Beatles o, como él mismo se autodenominaba, el hombre que dejó ir a los Beatles.
El local sigue en funcionamiento, con sus tres plantas diferenciadas. Un pub al uso donde se sirve alcohol y comidas ligeras, un piso superior donde se pueden escuchar vinilos en los tocadiscos que tienen sus mesas y en el que se encuentra la sede de una pequeña discográfica propia del local, y el sótano en el que hay un pequeño escenario para actuaciones en directo. En una entre planta se encuentran los baños masculinos y, aunque el detalle puede parecer de mal gusto, muestran el carácter de la concurrencia del Jacaranda. Nunca he visto unos baños tan preparados para usuarios al borde de la inconsciencia.
El Jacaranda tiene su importancia porque John, Paul, George y Stuart lograron que Allan les permitiera utilizar el sótano para ensayar, a cambio de que contribuyeran en la adecuación del local antes de su inauguración. También les permitió tocar junto a otros grupos de Liverpool como Gerry and The Pacemakers o Rory Storm and The Hurricanes, grupo del que Ringo era el batería.
Tomando el pub como sede social del grupo, Paul, siempre aficionado a las labores de manager, remitía cartas o publicaba anuncios publicitando audiciones para el batería que tanto necesitaba la banda y que, aún tardarían en lograr, indicando la dirección de Slater Strret como referencia. En las fotografías y documentos que adornan las escaleras al piso superior puede verse alguna reproducción de éstas.
George y Paul estudiaban en el Liverpool Institute, John y Stuart en el Liverpool College of Arts, ambos edificios comparten manzana y pared y están próximos al Jacaranda, por lo que se dejaban caer a menudo para escuchar las novedades musicales que les pudieran interesar y también para conocer y copiar a otros artistas locales, todos ellos más profesionales, más conocidos, menos liantes y más limpios. También mendigarán o robarán bebida ante la vista gorda de Allan, porque no se lo pueden permitir, pero en sus sueños creen verse más grandes que Elvis, un Elvis inmenso, ese Elvis que aún no ha saltado al escenario de Hollywood o a los hoteles de Las Vegas.
A esta hora, del piso inferior llega un atronador ruido cada vez que alguien sube por las escaleras y abre ligeramente la puerta que insonoriza la sala. Es Northern Soul, ese estilo tan peculiar en el que se refleja la versión que los ingleses, especialmente al norte de Londres, tienen de la música soul y que, a día de hoy, pervive como una de las escenas más vivas y longevas del país.
La curiosidad me llama y bajo por esas escaleras que hace tantos años pisaron los tres Beatles originales. Al fin me asomo y veo un reducido cuadrilátero con un escenario que se destaca sobre una peana de apenas quince centímetros. Un grupo de aficionados al Northern Soul, no más de treinta personas, disfrutan turnándose en la elección de los preciados singles que atesoran como verdaderas joyas de incalculable valor. La congregación parece alejada de los tiempos en que cada DJ que descubría un nuevo disco, muchos con una tirada ínfima, grabado en algún sello recóndito, trataba de ocultar el nombre de la canción, del artista, guardando el disco en la funda de otro para despistar. Un juego hoy imposible por culpa de Shazam.
Pero hoy ya no, hoy los algo maduretes que me han saludado con un gesto de alegría invitándome a pasar al fondo de la sala, tal vez creyendo que sabia más joven, no tanto como creen, llega a su secta, se muestran los discos unos a otros con orgullo y sentimiento de comunidad, casi hacen cola para pinchar con sus polos Fred Perry recién planchados pero nada de aquellos pantalones hechos para el baile, sus caderas y rodillas no están ya para tanto quiebro.
Y esta pequeña parroquia de aficionados a un género poco conocido en el bajo de un pub en una zona bulliciosa de Liverpool, debe resultar algo pareja a la que aquí se congregaba hace algo más de sesenta años. Aquí, un grupo de extraños se reunía por unas horas para beber y escuchar música, algunos para tocar en breves sesiones, unidos por una fe en algo que desafiaba a la generación de sus padres, algo que venía del otro lado del Atlántico o de las bases militares americanas que todabía abundaban en el país en el que las ruinas dejadas por los bombardeos de la Luftwaffe eran tan cotidianas como el recuerdo de las cartillas de racionamiento que habían dejado de emplearse solo unos años atrás.
Era en antros como el Jacaranda donde se congregaban y hacían partícipes de su pertenencia a ese mundo de elegidos, en un sótano en el que eran como reyes, pero del que, al salir, lo hacían como ratas a sus empleos miserables en los muelles o, como en el caso de los más jóvenes, a las aulas que aborrecían. También aquí se daba el afán por ser los primeros en descubrir algo, por hacerse notar. Es conocida la anécdota de que cuando Bob wooler, DJ del Cavern, recibió el primer disco en Liverpool con la canción Hippy Hippy Shake de Chan Romero, se lo mostró a Paul sabiendo que le encantaría y la incorporaría a su repertorio de inmediato. Siempre los primeros en hacer las versiones más extrañas, las caras B, esos temas para iniciados que distinguían a la élite de la masa acrítica.
Sin embargo, el Cavern es todavía un club de jazz que no deja que el nuevo estilo baje por sus empinadas escaleras. Los tiempos corren rápido y no falta mucho tiempo para que los Beatles puedan tocar allí, pero lo que ninguno de ellos sabe aún es que, pese a que la distancia entre ambos clubes es de apenas dos kilómetros, ellos deberán dar un rodeo de unos mil trescientos kilómetros por carretera para llegar a la vuelta de la esquina.
Pero no es rock´n´roll de los cincuenta lo que llega a mis oídos, es puro Northern Soul. Solo hay leyendas sobre el origen de esta denominación. La que más me gusta es la que se refiere a que una tienda de discos de Londres tenía reservados unos cajones especiales con discos del estilo Soul que solían comprar los seguidores de equipos del norte, como el Mánchester o el Glasgow, cuando bajaban a la capital con motivo de algún partido importante. Esos cajones estaban repletos de discos americanos de soul que trataban de imitar con peores medios aunque mucha energía y talento, lo que salía de Motown o Stax. Eran imitadores en busca de fortuna, en sellos menores, haciendo versiones o grabando temas originales sin demasiada esperanza de ser descubiertos por algún cazatalentos de una discográfica importante.
Ninguno de ellos podía intuir que su sonido terminaría por aglutinar todo un movimiento de seguidores en la lejana Inglaterra. Esta escena se ha mantenido aislada de las principales corrientes musicales, tan solo levemente relacionada con el sixties mod y algo recuperada recientemente gracias al empuje de vocalistas que han recuperado la fuente del Soul en Inglaterra como Duffy en su primer disco o Amy Winehouse.
Tampoco nadie de los que llenaban este sótano en 1959, obsesionado por los sonidos de Carl Perkins o Buddy Holly, tratando de imitarles en todo, podría llegar a sospechar que acabarían por crear un movimiento original que, asumiendo ese sonido del rock and roll como herencia, junto a otras muchas influencias, definirían lo que hoy entendemos como música moderna.
Siempre me ha resultado extraño que los Beatles se refirieran a Liverpool como “el Norte”, lo que también es aplicable a este estilo musical. Cualquiera que mire el mapa de las Islas Británicas, verá que su “norte” es realmente el centro, salvo que suprimimos Escocia de la ecuación. Lo cierto es que este sentimiento norteño que llevaban a gala para marcar distancia de la capital, quedó puesto de manifiesto en la elección del nombre de su compañía editora, fundada en 1963 por Paul, John, Brian Epstein y Dick James, Northern Songs Ltd. Aunque luego Ringo y George también tuvieron participación en la misma, lo cierto es que esta firma se vio envuelta en todos los problemas financieros y personales que sembraron el final de la banda. Como casi siempre, George, tan preocupado por la espiritualidad como por el dinero, escribiría Only a Northern Song en 1967 anticipando parte de ese caos en sus cacofonías y sonidos estridentes.
Pero aquí abajo todo es armonía, aunque nadie se anime a bailar, todos se reparten a lo largo de las paredes y se miran sonriendo, otros hablan entre sí y se muestran portadas de fundas de discos, todos vinilos por supuesto, algo ajadas, un marchamo de autenticidad.
Es agradable estar aquí, verlos. Uno de los DJ espontáneos que se va turnando anuncia una canción de Billy Preston, desconocía que también se hubiera acercado a este género, pero pronto reconozco el sonido de su Hammond y siento cerrado el círculo. La parroquia está a gusto, suben y bajan para reponer las cervezas y trato de cerrar los ojos y de imaginar este mismo sitio, sesenta años antes, con unos Beatles sin batería, el ritmo lo dan las guitarras solían decir desafiantes ante cualquier objeción por parte de quien les quisiera contratar al ver que aparecían sin tambores.
Pero esto cambiará. Allan Williams ha logrado contactos en Hamburgo y ha enviado a Derry and The Seniors pero ahora le piden que envíe otro grupo. No tiene nada a mano. Solo a esos malolientes chavales que se creen que el pub es suyo, solo dos son mayores de edad, y no son capaces siquiera de mantener el nombre del grupo durante más de dos semanas, Silver Beatles se hacen llamar ahora. Y así de inesperada llega la oportunidad de oro, la que siempre han esperado, si conseguís un batería de verdad, podéis viajar a Hamburgo y ganar a la semana más que vuestros padres. Olvidad el instituto, olvidad a las novias o lo que sea, olvidadlo todo menos encontrar un batería que quiera acompañaros. El 15 de agosto de 1960 Pete Best hace una audición en el Jacaranda y es contratado. Parten a Hamburgo al día siguiente.
Pero hasta ese día han pasado muchas horas ensayando y tocando para un público local tan grosero como ellos, algunos son fans del grupo que actúa después y les insulta, otros están borrachos y apenas atienden, otros tratan de irse sin pagar y debe intervenir el matón contratado por Allan. Y mientras apuro la pinta, abandono el Jacaranda en la mejor de las compañías, y logro imaginármelos, sucios como eran, desaliñados y sin batería o con alguno de los que pasaron apenas durante un par de actuaciones antes de ser despedidos o abandonar el grupo por la seguridad de un salario conduciendo carretillas hidráulicas en Albert Dock. Y sí, les puedo escuchar cantar One After 909 o I´ll Follow The Sun poniéndolas a prueba junto a los éxitos de Berry y Little Richard observando si alguien es capaz de distinguir que las primeras son composiciones propias; sí, de aquí, del Norte, de Liverpool, no de Chicago o Memphis, only northern songs.
No hay comentarios:
Publicar un comentario