domingo, 10 de octubre de 2021

De picaderos por Liverpool (Parte 1ª)





Según la Real Academia de la Lengua, picadero es una casa o apartamento que alguien dedica a sus encuentros eróticos de carácter reservado, y es con esta pícara acepción en mente con la que comienzo un paseo por las calles del Liverpool de finales de los años cincuenta y primeros sesenta.


La verdad es que, siendo realista, el paseo se limita a los picaderos de John que era el mayor y del que, por otro lado, tenemos más información, pero es también una excelente oportunidad para conocer el barrio universitario de Liverpool, un lugar lleno de pequeños cafés, restaurantes y pubs llenos de historia entre casas georgianas ocupadas por estudiantes que, en septiembre, están aún completando los muebles y disfrutan del entorno, llenan las animadas terrazas y parecen más preocupados por conocer al resto de estudiantes que por los exámenes aún lejanos.


En realidad, la sede de la principal Universidad de Liverpool ocupa el lugar de la antigua maternidad, en la calle Oxford en la que nació John en 1940, pero no es ese el punto en el que decido iniciar mi paseo golfo, sino en la instalación escultórica llamada A Case History o Una historia de maletas, en la que el artista John King quiso homenajear a todos los habitantes de Liverpool que, por una razón u otra, habían dejado la ciudad tras de sí. Las maletas tienen nombres de personas reales, habitantes de la zona que emigraron. El monumento se encuentra en el cruce entre Hope Street y Mount Street. Después de pensar en todos aquellos que tuvieron que dejar atrás su ciudad natal, igual que tuve que hacer yo, y de localizar la maleta con el nombre de John Lennon, decido comenzar mi paseo por el edificio que se alza ante mis ojos.

 

A case history
A Case History

El inmenso bloque que contemplo, con entrada por Hope Street, fue la sede del Liverpool College of Art, la Escuela de Arte de la ciudad en la que John se matriculó por los pelos en 1957, gracias a unas notas pasables en dibujo y a la buena disposición de Philip Burnett, su profesor de inglés que creyó reconocer una leve gota de talento en el uso del lenguaje del chico y que abogó por su aceptación.

La escuela compartía pared con otra importante institución académica de la ciudad, el Instituto de Liverpool, con entrada por Mount Street y un elegante pórtico de columnas jónicas. Esto quiere decir que John estudiaba a escasos metros de donde ya lo hacían Paul y George desde hacía unos años.


Por extraños giros del destino, el Instituto de Liverpool, una institución más seria, con mayor ascendencia social, dedicada a preparar a los jóvenes con mejores resultados académicos, se ha convertido en la sede del Liverpool Institute of Performing Arts. El más conocido como LIPA trata de formar a jóvenes en todas aquellas profesiones relacionadas con las artes, sea el teatro, la música, la dirección y otras muchas ramas del mundo escénico. La escuela fue ideada e impulsada inicialmente por Paul pero cuenta también con importantes patrocinios y fuentes de financiación locales, estatales y privadas. El punto culminante de cada curso suele ser la clase magistral final que acostumbra a impartir Paul mientras, seguramente, Mary McCartney, donde quiera que se encuentre, se emociona viendo cumplido el sueño de que su hijo se convirtiera en maestro. Por contra, la institución más bohemia, la salida honrosa para quienes no lograban las mejores notas para acceder al Instituto, se convirtió en una de las sedes en la ciudad de la prestigiosa Universidad John Moores, nombre de un filántropo local del siglo XIX en cuyo honor también se bautizaron algunas exposiciones en la Walker Art Gallery que buscaban promocionar a jóvenes promesas locales y que ofrecía un sustancioso premio que, en 1959 recayó precisamente en Stuart. Probablemente, el Sr. Moores o los miembros del jurado se habrían sentido consternados de saber que el importe del premio se destinó a la compra de un bajo eléctrico que Stu nunca llegaría a dominar. En todo caso, desde 2014, el LIPA ha adquirido este edificio volviendo a unir unas piedras que han contemplado vidas talentosas que cambiaron parte del mundo que conocemos.    

 

Sea como fuere, lo cierto es que no se atisba a ningún estudiante con aspecto de teddy boy peligroso, o de bohemio descuidado portando sus caballetes o sus carpetas llenas de dibujos y caricaturas. Ahora es todo un poco más aséptico, más amable, o tal vez sea lo que quieren ver mis ojos.


Y estoy pensando en la influencia que la vida estudiantil pudo tener en los muchachos, en un ambiente tan distinto al de sus barrios de origen, entremezclándose con otros jóvenes de diferentes procedencias y con intereses afines, cuando veo a dos chavales bajar por Mount Street, con unas largas patillas y un corte de pelo que desafía la gravedad. Uno de ellos me recuerda vagamente a James Dean, el otro, más alto, gesticula y grita en un endiablado dialecto local del que apenas logro entender nada. En un momento grita con fuerza: "Thel" y una chica que camina en un grupo por delante se gira y le mira. Él hace una mueca y trata de unir las manos como si fuera retrasado, la chica ríe y continúa andando. Los dos jóvenes también ríen y ya no hay dudas de que la conversación gira en torno a ellas.


El que se parece a James Dean tiene un aspecto blanquecino, casi fantasmagórico, y aunque muchos creen que se debe a que evita la luz del sol, que prefiere los ambientes nocturnos más bohemios, yo ya sé que la causa es que apenas le quedan cuatro años de vida y que, de algún modo, la cara es el reflejo del alma que lo sabe todo de nosotros. Y es también el recuerdo de que nadie conoce su última hora, ni siquiera John que se muestra tan ufano, tan engreído y desafiante. Es difícil trascender la máscara que oculta sus sentimientos e impulsos, es difícil saber cuánto hay de pose, cuánto de protección en su mirada agresora, cuánto de ella trata de esconder un dolor y una fragilidad que se remonta hasta donde guarda sus más antiguos recuerdos.  


John nació durante el peor momento de la guerra, cuando Liverpool era bombardeada casi cada noche por los nazis. Sus padres se han casado en contra de la opinión de todo el mundo después de un larguísimo noviazgo interrumpido en innumerables ocasiones. Al estallar la guerra, Alfred, marino de profesión, debe zarpar sin ofrecer seguridad económica, ni siquiera la certeza de volver a ver a su familia. Cuando se entera del embarazo de Julia, entra en pánico y escribe a su mujer dándole libertad para que reanude su vida con otros hombres, tan corta preveía la suya, tan larga la de ella. Julia vive en la casa paterna mientras puede con el pequeño John a cuestas, pero debe salir a ganarse la vida, y lo hace en trabajos temporales, de camarera y acomodadora, lo que no le impide tomarse sus respiros y salir a bailar en las pocas ocasiones en las que el suministro de luz permite este tipo de esparcimientos. Las visitas de Alfred a Liverpool son escasas y su entusiasmo por mujer e hijo no parecen a la par que su gusto por los amigos de costumbre y las borracheras y, en algún punto de la guerra, la conducta errática de Freddy le crea problemas de todo tipo y desaparece por una larga temporada, deja de enviar dinero, cartas, se evapora sin más.


Julia, que conserva el atractivo para los hombres y que goza de su compañía, ennoviará con un soldado galés de la guarnición de Liverpool del que queda embarazada debiendo, por las presiones del patriarca Stanley, entregar a la recién nacida a un capitán noruego que se ofrece a adoptar a la criatura. Otra pérdida para John, una hermana que nunca conocerá, pese a que muchos años después, ya famoso, contactó con una empresa de detectives para que trataran de localizarla. Julia es incansable y las ganas de vivir se le escapan a raudales, así que poco después comenzará otra relación, esta vez con el sommelier John "Bobby" Dykins, tal vez un título profesional que no hace justicia a su verdadero papel, más próximo al de camarero en un restaurante, ya que el conocimiento que tiene del vino y otros  alcoholes le viene más por su ingesta abundante que por una formación técnica. Julia se muda con Dykins a un piso minúsculo con una única cama y la familia materna se opone a que lo haga con el pequeño John. La vivienda es tan pequeña que tienen que dormir los tres en el mismo colchón y el decoro de la época se ve violentado. La moda del colecho aún no ha nacido, así que finalmente Julia accede, con la amenaza encubierta de los servicios sociales, que han sido llamados por la familia pudorosa para dar cuenta del escándalo y tratar de que la custodia del niño le sea arrebatada a la madre si no entra en razón. Finalmente, se acuerda de manera privada que John viva con la hermana mayor del clan, la tía casada pero sin hijos que vive en una casa grande de Woolton, un suburbio de clase media en las afueras de la ciudad, y que tiene posibles para poder costear la educación y vida del niño. Entre medias, y antes de que John vaya a vivir con sus tíos, Alfred Aparece en la casa de su mujer y la escena de la bronca con Julia y Dykins será un recuerdo permanente en John según aseguraba éste pese a que es muy improbable, dada su corta edad, que tuviera una noción directa de los hechos más allá de lo que pudiera haber escuchado entre sordos susurros de su tía o su madre en años posteriores. Sin embargo, es la mejor prueba de que todas estas circunstancias familiares fueron dejando una huella perdurable en el joven John.

 

En 1946 Alfred reaparece conciliador en la puerta de la casa de tía Mimi para pedir pasar unas horas con su hijo.  Inocentemente, la tía accede y Alfred se lleva al pequeño a Blackpool donde  supuestamente planea escapar a Nueva Zelanda con él. Pero Julia descubre dónde se encuentra y aparece en la casa donde están padre e hijo. Otra escena impactante para el ya abultado álbum del pequeño. Finalmente se decide que John regrese con Julia a Liverpool para continuar viviendo con la tía Mimi, y padre e hijo no volverán a verse hasta 1964, durante el rodaje de A Hard Day´s Night.


Mientras recopilo estos recuerdos, el alegre grupo gira a la derecha y luego toma la pequeña Rice Street para subir los tres escalones del Ye Cracke, un pub que es para estos estudiantes como el patio trasero de la escuela, el lugar al que salir al final de las clases, tomar unas cervezas, comenzar ligues; los más valientes a presentar al resto sus primeros poemas, ideas de bosquejos aún no plasmados en telas, en definitiva, para comenzar el juego social que hoy se desarrolla en terrenos virtuales pero que todavía en aquellos años se entretejía con la vida misma.


El Ye Cracke es un pub para estudiantes pero que cuenta con una larga tradición local. Una de sus pequeñas estancias, abierta hacia la barra principal es lo que los locales llaman la War Room, una clara burla liverpooliana a la verdadera war room desde la que Churchill dirigió la Segunda Guerra Mundial en los sótanos del Tesoro Británico y que hoy se ha convertido en un museo nacional. Allí se sientan los veteranos y juzgan todo cuanto ocurre en el pub, pero hoy no hay nadie, así que puedo entrar sin miedo y mirar los cuadros y planos que cuelgan en sus paredes y hacer el tímido intento de sentarme un rato mientras reposa mi pinta en la barra e imaginar cómo sería sentir que tienes el poder sobre un grupo de borrachos allí congregados.

El camarero me avisa y salgo al pequeño jardín trasero en una tarde soleada de finales de verano. El lugar es agradable y me siento en una larga mesa con bancos corridos, al fondo, bajo un árbol mientras miro el resto de mesas, algunas ocupadas por pequeños grupos de estudiantes y una pareja de enamorados cogidos de la mano, tal vez comenzando una aventura, tal vez llegados de vuelta y reencontrándose después del verano, tras la pausa de los estudios.

 

Una pinta en el jardín de Ye Cracke
Una pinta en el jardín del Ye Cracke

La escena es calmada, apenas se escucha tráfico, solo alguna voz de los pocos parroquianos que están jugando a los dardos dentro del pub. Aquí fuera todo es tranquilo en este comienzo del curso 2019, pero nada lo fue para John en el inicio de su curso 1958. Su personalidad, ya de por sí, bastante contradictoria y difícil por sus circunstancias personales, ha sufrido un nuevo golpe devastador. En los últimos años ha ido recobrando poco a poco el contacto con su madre. Julia se ha mudado con John Dykins a una casa relativamente próxima a Mendips, en Bloomfield Road Green, por lo que puede visitar con frecuencia a John. Apoya sus proyectos musicales, ha formado parte del público que le contempló en el escenario de la feria de Woolton, el día en que él y Paul fueron presentados. Julia, con su alegre carácter, sus atrevidos vestidos, no es para John una madre, es como una tía consentidora, una confidente en contra de la estricta tía Mimi preocupada por las amistades de su sobrino, por sus notas, por la manía de ir acompañado de su guitarra a todas partes, acuciada ya por problemas económicos tras la muerte de su marido lo que le ha obligado a alquilar habitaciones de la casa para estudiantes de la Universidad.


Julia trata de reconstruir la vida destrozada de su hijo e incluso se prefiguran planes para que John se traslade definitivamente con ella a la casa y así pueda convivir con sus dos hermanastras, Julia y Jackie Dykins, planes más o menos encubiertos a los ojos de la tía Mimi, si bien, las estancias de John en casa de Julia cada vez duran más días. Pero todo termina fatalmente una tarde de julio de 1958. Julia ha ido a visitar a su hermana, mientras John está en Bloomfield. Y tras una larga charla se despide de Mimi y sale a la calle a tomar un autobús. La acompaña Nigel Walley, un amigo de John que pasa casualmente por allí y que circunstancialmente ejerce de manager de los Quarrymen, hasta que se despiden una manzana más arriba y ella cruza Menlove Avenue. Será la última persona con quien hable. Tras la muerte de Julia, Mimi acude con un policía a Bloomfield a dar la noticia a John. Casi con total seguridad podremos decir que este no afrontó el trauma hasta muchos años después, plasmado en Plastic Ono Band, su primer disco tras dejar los Beatles.

 

Esta pérdida supondrá un vínculo indisoluble con Paul, quien ha perdido a su madre repentinamente apenas hace un año sin conocer la gravedad del cáncer que padecía. Educados en los estrictos códigos masculinos de la época, ninguno de ellos se abrirá al otro explicitando su dolor, pero éste será un lazo entre ambos del que siempre serán conscientes. Todavía once años después, cuando los Beatles se afanan en grabar el White Album casi cada uno de ellos por separado, podemos escuchar en Anthology 3 un ensayo de Julia, la canción que John compuso en la India para su madre, registrándola en solitario, la única canción que grabó con los Beatles sin  presencia de ninguno de los otros tres en el estudio pero con Paul en la sala de control para darle apoyo en un momento que sabe difícil para su compañero. Las disputas musicales quedan apartadas cuando John le pregunta a Paul si la toma ha estado bien, pidiéndole consejo con un deje de inseguridad impensable en los días del Ye Cracke y que solo se permitiría ante un igual en sufrimiento como Paul, y vemos cómo éste contesta animándole cariñosamente.

 

Si ya de por sí las circunstancias de su vida le habían forjado un carácter difícil, esta pérdida le convierte en un muchacho peligroso a los ojos de todos. Casi ninguno de los compañeros de clase conoce la muerte de Julia, tal es la reserva de John. Su sarcasmo y agresividad contra todo lo establecido le convertirán en el alumno más odiado por todos los profesores y en uno de los muchachos más temidos por el resto de sus compañeros. Las bromas de John siempre son a costa de alguien, las carcajadas son de aquellos que se alegran de no haber sido el blanco de su lengua o sus puños por esta vez.


Es aquí en Ye Cracke donde la cosa avanza también con Thelma, y a menudo hacen lo que llaman una carrera de cinco millas, la metáfora del acto sexual. En ocasiones lo harán en Mendips, aprovechando que Mimi sale una noche a la semana a jugar al bridge. Otras veces lo harán en alguna sala de la escuela. Con Thelma mantendrá un vínculo profundo al haber sido ésta abandonada por su padre a los diez años y mantener una pésima relación con su madre. Esta confesión que la joven le hizo a los pies del monumento a la Reina Victoria seguramente supuso un remanso para John. Al igual que con Paul, la compañía de Thelma le permite relajarse momentáneamente y mostrar otra faceta de sí mismo que a pocos les era dado ver. Y es que parece que los desgraciados y apaleados de Liverpool se unen para darse calor.


John y amigos en Ye Cracke
John y amigos en Ye Cracke

 

Pero en algún momento la cosa se tuerce y John no es capaz de controlar sus impulsos violentos, tanto verbales como físicos, y la pareja rompe varias veces. El punto final llega desde aquí donde estoy sentado y el eco aún se conserva entre las maderas del viejo pub: los gritos que un John borracho lanza para que todos lo oigan y avergonzar así a Thelma, llamándola la reina del borde de la cama, algo así como lo que luego sería una day tripper, vamos una chica que no está dispuesta a llevar sus juegos sexuales hasta el final. Es más de lo que Thelma puede soportar. La humillación pública es una de las formas preferidas por John, pero ésta no es precisamente una afirmación que se base en la verdad, Thelma seguirá viendo a John por unos años, pero ya no volverán a estar juntos. La joven tiene carácter y en el mismo tono le recrimina: "Yo no tengo la culpa de que tu madre haya muerto", y con esta lacónica frase resume una verdad que tardará muchos años en asimilar. Johnny aprende que las apuestas fuertes a veces pueden perderse.


Pero poco parece importarle este contratiempo. Siempre le quedarán Stuart, Paul, y ese pequeño George que se les une, tan callado, tan extraño pero que cada vez que habla es más certero y mordaz que él, ese chico que ya se ha unido al grupo por méritos propios y que toca la guitarra mejor que ninguno de ellos. Pero sobre todo, no le importa perder a Thelma porque sabe que sigue teniendo muchas compañeras que suspiran por él. En esos años, el mito de la violencia masculina está asentado no solo por el cine americano, sino por las pandillas de teddy boys, todas violentas, todas basadas en la superioridad del hombre sobre la mujer. Es una estética del varón que tiene pocas alternativas que le hagan sombra, y las chicas suspiran por ese tipo de novio que puede llegar a pegarlas y tratarlas con rudeza, en la confianza de que su amor terminará por volverlos suaves y manejables.


Aquí en Ye Cracke es donde la amistad de John y Stuart se cimenta, compitiendo duramente con la de Paul. Ambos comparten clases y John siente admiración por el talento artístico de Stuart y el atractivo que tiene con todas las chicas. John, con su comportamiento desconcertante resulta intimidante para las compañeras de la escuela, pero no por ello deja de tener su propio grupo de admiradoras.


Entre ellas, y en silencio, Cynthia Powell, una joven que comparte algunas clases con John pero al que apenas se atreve a mirar por el terror que le inspira su carácter violento, le admira en secreto. Ella vive en Hoylake, al otro lado del Mersey, una zona acomodada lo que no deja de generar bromas en John que corean el resto de amigos. Cynthia es miope, como John, pero pocos conocen que éste debería llevar gafas, que en palabras de George, es más ciego que un topo. Solo en contadas ocasiones, cuando debe leer las letras que Paul garabatea en su cuaderno de "otro original Lennon-McCartney", baja las defensas y se pone sus gafas, similares a las de su ídolo Buddy Holly.


Pero en Ye Cracke nada de esa inseguridad se deja ver. John vocea, bebe sin medida, se pavonea. No es raro encontrarle saliendo de la escuela y esperando a Paul con las guitarras a la espalda, corriendo para tomar el autobús 86 que les lleva por Penny Lane hasta la casa de Paul donde pueden ensayar juntos y componer canciones mientras utilizan la pipa de Jim, ausente hasta el final de la tarde.


Pero volvemos al Ye Cracke donde las miradas de reojo de Cynthia no han pasado inadvertidas para algunos amigos de John que le convencen de que la joven apocada parece interesada en él. John no muestra especial emoción, una chica más, no precisamente la más atractiva, no la más aventurera. Las carreras de cinco millas con ella parecen imposibles. Pero los contrastes sienten una peligrosa atracción, y un día, casi al final del curso, ya en 1959, John le pregunta si quiere salir con él un día. Cynthia, temblando de miedo y felicidad a un tiempo, le contesta que está comprometida con un chico de Hoylake. John, con mofa, le espeta, que la cosa no es para tanto, que no le ha pedido matrimonio, y Cynthia queda compuesta y sin palabras pero su amor crece, un vislumbre de una pequeña posibilidad, de una chispa.



Cuando el curso toma su recta final y los muchachos se juntan para celebrar una fiesta el 3 de julio de 1959, ambos tontean en el pub, tal vez hablen en las esquinas sabiendo Cynthia que entra en un juego peligroso, sabiendo John que Cyn, como ahora la llama, es esa persona sensible y con inclinaciones artísticas que siempre le ha atraído. Pero la cosa no parece ir más allá y, en un momento, Cynthia vuelve con sus amigas y se preparan para salir. John vuelve a jugar la única carta que conoce y grita: “¿sabíais que la señorita Cynthia es una monja?” Ahora Johnny sabe que una de cada dos veces la baladronada sale bien. Cynthia se gira y vuelve con él. Pocos minutos después la pareja sale de Ye Cracke.

El calor dentro del pub es asfixiante y el jolgorio de los estudiantes empieza a ser molesto así que salgo detrás de ellos a una noche estrellada de hace sesenta años. Paran en un fish & chips y se dirigen a la casa de Stu, en el 9 de Percy Street. Nos cruzamos con algún grupo de estudiantes que celebran el próximo fin de curso pero, raro en él, John no los insulta o anima. Caminan muy pegados y a ratos de la mano, hablando muy bajo. El paseo no llega a quinientos metros pero no parecen tener prisa, se paran para besarse al lado de la escuela, junto a la catedral y casi en cada esquina mientras comen patatas distraídamente. El reguero de comida es la pista de su errático deambular. Debo dejarles en la puerta del espléndido edificio en el que Stu tiene alquilada una habitación desangelada pero con un jergón en el que, como señala con delicadeza británica Mark Lewishon, Cyn le demostró a John que no era una monja.

 

9, Percy Street
9, Percy Street, el apartamento de Stu

Que John tuviera la llave del departamento de su amigo prueba el nivel de amistad de ambos, pero también nos hace pensar que no es la primera vez que lo usa para estos fines, sea con Thelma, sea con otras muchachas. Allí se ha reunido en ocasiones con Paul para tocar, pero también ha frecuentado a algunos otros amigos de Stuart, intelectuales en ciernes que leen poesía y visitan las exposiciones de la Walker Art Gallery. Las desnudas paredes, los techos altos, la falta de calefacción y la precariedad le parecen a John la esencia de esa vida que anhela pero que tan lejos queda de su tranquilidad de Mendips.


Ahora podemos saber cómo eran esas habitaciones. Recientemente, el piso que se alquilaba por departamentos para estudiantes poco adinerados, se reconvirtió en lo que seguramente fue en un principio, un espléndido edificio para el uso y disfrute de una familia pudiente. En 2016 salió a la venta reformado por un precio de casi 700.000 libras. Según destacaban los agentes inmobiliarios, la casa sobresalía por su decoración de la época georgiana, sus amplias habitaciones y un estilo propio de un hogar para familias acaudaladas de Liverpool que quieran vivir en pleno centro, a un paso de la catedral, a un paseo de la zona de ambiente.


Estado actual de la vivienda
Estado actual de la vivienda

 Viendo las fotos de la vivienda tal y como está decorada actualmente, es difícil hacerse una idea de cómo podía ser hace más de sesenta años, pero fácilmente podemos imaginar las paredes desconchadas y el techo ennegrecido por los abundantes cigarrillos, la chimenea como una fuente de frío constante, usada como armario o alacena, nunca encendida y probablemente mal conservada. El agua caliente y el suministro eléctrico podían ser bastante deficientes y las goteras de los pisos superiores eran una constante. No hay duda de que ninguno de los muebles que podemos admirar formó parte del mobiliario de Stu, ni que las grandes camas fueron las que soportaron el peso de la nueva pareja. Probablemente el mobiliario fuera mezcla de restos encontrados en la calle o cedidos por familiares antes de ser arrojados a algún descampado. Pero en ese ambiente Stu vivía como lo que deseaba y esto no dejaba de presionar a John que, pese a sus fanfarronadas, sus burlas por el control que Jim McCartney ejercía sobre su hijo, no borraban el hecho de que él seguía viviendo junto a su tía y sus gatos.


Paseo calle arriba y calle abajo admirando los edificios, auténticas joyas de época que han sido utilizadas recientemente como decorado exterior para el rodaje por Netflix de la serie The English Game, hasta que me convenzo de que John y Cyn no bajarán por esta noche.


Nadie sabe qué confidencias se harían ambos, tal vez John pudiese hablar con franqueza de sus sentimientos por la pérdida de su madre, tal vez Cyn pudiera revelar que ella había perdido también a su padre hacía unos años. Parece que en Liverpool todos los niños y jóvenes eran huérfanos o habían sido abandonados. No es de extrañar que George, siempre sensible, siempre alerta, temiera estar a punto de sufrir alguna pérdida devastadora, era el único del grupo en conservar a padre y madre.


Lo que es seguro es que John hablará sobre sus sueños de convertirse en una gran estrella del rock, que nombrará a sus amigos Paul y George a los que Cynthia ya conoce de verlos rondar alrededor de John, despreciándolos por considerarlos mocosos del instituto pero ignorando que ellos son y serán, por muchos años, la única familia que él sienta como tal, el único vínculo que acepta y que ella jamás logrará reemplazar. Y ante estos sueños tal vez Cynthia crea mejor no revelar los suyos, convertirse en profesora de arte o dedicarse al diseño, planes muy avanzados para una mujer de su época pero a los que acaba de renunciar sin saberlo al convertirse en la futura señora Lennon. 

 

Es posible que Cyn entreabriera los ojos para ver a John y creer que la fuerza de su amor sería suficiente para suavizar al rudo joven, que podría domesticar su fuerza, sin llegar a entender la fuente de sus turbaciones y miedos, tan profundos que no le será fácil llegar a ellos para disolverlos. Solo canciones como Anna (Go To Him) de Arthur Alexander o Baby It´s You de las Shirelles le enseñarán el modo en que se puede ser tierno y no débil, afectivo y no insensible, que desvelar una parte de sus sentimientos no le hace más vulnerable. Solo en la música aprenderá lo que, de otro modo, la vida le ha negado.   


Pero el miedo a perder el amor, a ser abandonado nuevamente como le había ocurrido con su madre, con su padre, siempre permanecería agazapado en su interior generando inseguridades que ocultaría con cinismo y violencia, creando esa dualidad en su alma que le revelaría como un apóstol de la paz y el amor universal con himnos como All You Need Is Love o Imagine, pero que también le convertiría en un irascible y airado muchacho de difícil trato.

 

Por alguna razón, y totalmente en contra de lo que evidencia la cronología del catálogo de canciones de John, creo encontrar en esta noche el germen de Ask Me Why, la cara B del segundo single del grupo, aún a cuatro años de publicarse, a tres de ser escrita. Esa canción que irremediablemente me parece dirigida a una mezcla de Julia y Cyn, a una mujer a la que explica que su felicidad está entrelazada a su tristeza, y a que esta felicidad que ella le trae, al tiempo, le hace llorar. Es posible que al escuchar temas de Smokey Robinson un par de años después, los recuerdos de esta noche surgieran de manera espontánea. Así es como lo percibo y así es como escucho en el silencio de esta noche de verano de 1959 la voz de John tratando de encontrar el ritmo de una canción que algún día cantará para Paul, otro original Lennon-McCartney. 

 

Catedral de Liverpool

Finalmente, me alejo de la calle y giro hacia Huskisson Street desde donde contemplo la torre de la catedral que comienza a reflejar los rayos del sol de este cálido amanecer tomando ese color dorado que la caracteriza y hago una parada ante el número 22. Nunca tendremos la certeza de si John llegó a saber que la familia de su madre, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, se mudó a una casa apenas a 130 metros de donde ahora yace con Cyn y que, probablemente, fuera en ella engendrado, en el suelo de la cocina, como se jactaba Alfred Lennon. En esta noche Cynthia perderá su virginidad e iniciará una vida junto a John llena de renuncias y sinsabores, de lloros y alguna alegría ocasional. Sin saberlo ni probablemente quererlo, John venía a repetir el patrón de su padre, a tan escasos pasos de donde fue concebido que apenas resulta creíble. Pero en Liverpool todo parece quedar muy cerca, todo parece relacionado.






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