sábado, 31 de julio de 2021

Northern Soul en el Jacaranda


Es la mañana del domingo 22 de septiembre de 2019 y estoy en el 21-23 de Slater Street de Liverpool, sede del Jacaranda desde su creación en 1958 por Allan Williams, el primer manager de los Beatles o, como él mismo se autodenominaba, el hombre que dejó ir a los Beatles.


El local sigue en funcionamiento, con sus tres plantas diferenciadas. Un pub al uso donde se sirve alcohol y comidas ligeras, un piso superior donde se pueden escuchar vinilos en los tocadiscos que tienen sus mesas y en el que se encuentra la sede de una pequeña discográfica propia del local, y el sótano en el que hay un pequeño escenario para actuaciones en directo. En una entre planta se encuentran los baños masculinos y, aunque el detalle puede parecer de mal gusto, muestran el carácter de la concurrencia del Jacaranda. Nunca he visto unos baños tan preparados para usuarios al borde de la inconsciencia.


El Jacaranda tiene su importancia porque John, Paul, George y Stuart lograron que Allan les permitiera utilizar el sótano para ensayar, a cambio de que contribuyeran en la adecuación del local antes de su inauguración. También les permitió tocar junto a otros grupos de Liverpool como Gerry and The Pacemakers o Rory Storm and The Hurricanes, grupo del que Ringo era el batería.

Tomando el pub como sede social del grupo, Paul, siempre aficionado a las labores de manager, remitía cartas o publicaba anuncios publicitando audiciones para el batería que tanto necesitaba la banda y que, aún tardarían en lograr, indicando la dirección de Slater Strret como referencia. En las fotografías y documentos que adornan las escaleras al piso superior puede verse alguna reproducción de éstas.  

George y Paul estudiaban en el Liverpool Institute, John y Stuart en el Liverpool College of Arts, ambos edificios comparten manzana y pared y están próximos al Jacaranda, por lo que se dejaban caer a menudo para escuchar las novedades musicales que les pudieran  interesar y también para conocer y copiar a otros artistas locales, todos ellos más profesionales, más conocidos, menos liantes y más limpios. También mendigarán o robarán bebida ante la vista gorda de Allan,  porque no se lo pueden permitir, pero en sus sueños creen verse más grandes que Elvis, un Elvis inmenso, ese Elvis que aún no ha saltado al escenario de Hollywood o a los hoteles de Las Vegas.

A esta hora, del piso inferior llega un atronador ruido cada vez que alguien sube por las escaleras y abre ligeramente la puerta que insonoriza la sala. Es Northern Soul, ese estilo tan peculiar en el que se refleja la versión que los ingleses, especialmente al norte de Londres, tienen de la música soul y que, a día de hoy, pervive como una de las escenas más vivas y longevas del país.

 

 


 

La curiosidad me llama y bajo por esas escaleras que hace tantos años pisaron los tres Beatles originales. Al fin me asomo y veo un reducido cuadrilátero con un escenario que se destaca sobre una peana de apenas quince centímetros. Un grupo de aficionados al Northern Soul, no más de treinta personas, disfrutan turnándose en la elección de los preciados singles que atesoran como verdaderas joyas de incalculable valor. La congregación parece alejada de los tiempos en que cada DJ que descubría un nuevo disco, muchos con una tirada ínfima, grabado en algún sello recóndito, trataba de ocultar el nombre de la canción, del artista, guardando el disco en la funda de otro para despistar. Un juego hoy imposible por culpa de Shazam.

 

Pero hoy ya no, hoy los algo maduretes que me han saludado con un gesto de alegría invitándome a pasar al fondo de la sala, tal vez creyendo que sabia más joven, no tanto como creen, llega a su secta, se muestran los discos unos a otros con orgullo y sentimiento de comunidad, casi hacen cola para pinchar con sus polos Fred Perry recién planchados pero nada de aquellos pantalones hechos para el baile, sus caderas y rodillas no están ya para tanto quiebro.


Y esta pequeña parroquia de aficionados a un género poco conocido en el bajo de un pub en una zona bulliciosa de Liverpool, debe resultar algo pareja a la que aquí se congregaba hace algo más de sesenta años. Aquí, un grupo de extraños se reunía por unas horas para beber y escuchar música, algunos para tocar en breves sesiones, unidos por una fe en algo que desafiaba a la generación de sus padres, algo que venía del otro lado del Atlántico o de las bases militares americanas que todabía abundaban en el país en el que las ruinas dejadas por los bombardeos de la Luftwaffe eran tan cotidianas como el recuerdo de las cartillas de racionamiento que habían dejado de emplearse solo unos años atrás.


Era en antros como el Jacaranda donde se congregaban y hacían partícipes de su pertenencia a ese mundo de elegidos, en un sótano en el que eran como reyes, pero del que, al salir, lo hacían como ratas a sus empleos miserables en los muelles o, como en el caso de los más jóvenes, a las aulas que aborrecían. También aquí se daba el afán por ser los primeros en descubrir algo, por hacerse notar. Es conocida la anécdota de que cuando Bob wooler, DJ del Cavern, recibió el primer disco en Liverpool con la canción Hippy Hippy Shake de Chan Romero, se lo mostró a Paul sabiendo que le encantaría y la incorporaría a su repertorio de inmediato. Siempre los primeros en hacer las versiones más extrañas, las caras B, esos temas para iniciados que distinguían a la élite de la masa acrítica.


Sin embargo, el Cavern es todavía un club de jazz que no deja que el nuevo estilo baje por sus empinadas escaleras. Los tiempos corren rápido y no falta mucho tiempo para que los Beatles puedan tocar allí, pero lo que ninguno de ellos sabe aún es que, pese a que la distancia entre ambos clubes es de apenas dos kilómetros, ellos deberán dar un rodeo de unos mil trescientos kilómetros por carretera para llegar a la vuelta de la esquina.  

 

 


 

 

Pero no es rock´n´roll de los cincuenta lo que llega a mis oídos, es puro Northern Soul. Solo hay leyendas sobre el origen de esta denominación. La que más me gusta es la que se refiere a que una tienda de discos de Londres tenía reservados unos cajones especiales con discos del estilo Soul que solían comprar los seguidores de equipos del norte, como el Mánchester o  el Glasgow, cuando bajaban a la capital con motivo de algún partido importante. Esos cajones estaban repletos de discos americanos de soul que trataban de imitar con peores medios aunque mucha energía y talento, lo que salía de Motown o Stax. Eran imitadores en busca de fortuna, en sellos menores, haciendo versiones o grabando temas originales sin demasiada esperanza de ser descubiertos por algún cazatalentos de una discográfica importante.


Ninguno de ellos podía intuir que su sonido terminaría por aglutinar todo un movimiento de seguidores en la lejana Inglaterra. Esta escena se ha mantenido aislada de las principales corrientes musicales, tan solo levemente relacionada con el sixties mod y algo recuperada recientemente gracias al empuje de vocalistas que han recuperado la fuente del Soul en Inglaterra como Duffy en su primer disco o Amy Winehouse.


Tampoco nadie de los que llenaban este sótano en 1959, obsesionado por los sonidos de Carl Perkins o Buddy Holly, tratando de imitarles en todo,  podría llegar a sospechar que acabarían por crear un movimiento original que, asumiendo ese sonido del rock and roll como herencia, junto a otras muchas influencias, definirían  lo que hoy entendemos  como música moderna.

 

Siempre me ha resultado extraño que los Beatles se refirieran a Liverpool como “el Norte”, lo que también es aplicable a este estilo musical. Cualquiera que mire el mapa de las Islas Británicas, verá que su “norte” es realmente el centro, salvo que suprimimos Escocia de la ecuación. Lo cierto es que este sentimiento norteño que llevaban a gala para marcar distancia de la capital, quedó puesto de manifiesto en la elección del nombre de su compañía editora, fundada en 1963 por Paul, John, Brian Epstein y Dick James, Northern Songs Ltd. Aunque luego Ringo y George también tuvieron participación en la misma, lo cierto es que esta firma se vio envuelta en todos los problemas financieros y personales que sembraron el final de la banda. Como casi siempre, George, tan preocupado por la espiritualidad como por el dinero, escribiría Only a Northern Song en 1967 anticipando parte de ese caos en sus cacofonías y sonidos estridentes.

 

Pero aquí abajo todo es armonía, aunque nadie se anime a bailar, todos se reparten a lo largo de las paredes y se miran sonriendo, otros hablan entre sí y se muestran portadas de fundas de discos, todos vinilos por supuesto, algo ajadas, un marchamo de autenticidad.


Es agradable estar aquí, verlos. Uno de los DJ espontáneos que se va turnando anuncia una canción de Billy Preston, desconocía que también se hubiera acercado a este género, pero pronto reconozco el sonido de su Hammond y siento cerrado el círculo. La parroquia está a gusto, suben y bajan para reponer las cervezas y trato de cerrar los ojos y de imaginar este mismo sitio, sesenta años antes, con unos Beatles sin batería, el ritmo lo dan las guitarras solían decir desafiantes ante cualquier objeción por parte de quien les quisiera contratar al ver que aparecían sin tambores.

 


Pero esto cambiará. Allan Williams ha logrado contactos en Hamburgo y ha enviado a Derry and The Seniors pero ahora le piden que envíe otro grupo. No tiene nada a mano. Solo a esos malolientes chavales que se creen que el pub es suyo, solo dos son mayores de edad, y no son capaces siquiera de mantener el nombre del grupo durante más de dos semanas, Silver Beatles se hacen llamar ahora. Y así de inesperada llega la oportunidad de oro, la que siempre han esperado, si conseguís un batería de verdad, podéis viajar a Hamburgo y ganar a la semana más que vuestros padres. Olvidad el instituto, olvidad a las novias o lo que sea, olvidadlo todo menos encontrar un batería que quiera acompañaros. El 15 de agosto de 1960 Pete Best hace una audición en el Jacaranda y es contratado. Parten a Hamburgo al día siguiente.        

 

Pero hasta ese día han pasado muchas horas ensayando y tocando para un público local tan grosero como ellos, algunos son fans del grupo que actúa después y les insulta, otros están borrachos y apenas atienden, otros tratan de irse sin pagar y debe intervenir el matón contratado por Allan. Y mientras apuro la pinta, abandono el Jacaranda en la mejor de las compañías, y logro imaginármelos, sucios como eran, desaliñados y sin batería o con alguno de los que pasaron apenas durante un par de actuaciones antes de ser despedidos o abandonar el grupo por la seguridad de un salario conduciendo carretillas hidráulicas en Albert Dock. Y sí, les puedo escuchar cantar One After 909 o I´ll Follow The Sun poniéndolas a prueba junto a los éxitos de Berry y Little Richard observando si alguien es capaz de distinguir que las primeras son composiciones propias; sí, de aquí, del Norte, de Liverpool, no de Chicago o Memphis, only northern songs.


 

 

sábado, 17 de julio de 2021

Conociendo a los Beatles (Parte 3ª y última)


 

 

El álbum de 1982, 20 Greatest Hits, puede ser considerado una de las compilaciones más particulares de los Beatles. Para empezar, existen tres versiones con un tracklist diferenciado en función de su publicación en Reino Unido, Estados Unidos o Europa. Más sorprendente es que por alguna razón que aún hoy se me escapa, mi casete responde a la versión americana.  La compilación tiene visos de ser una colección de singles ordenados cronológicamente. Por ello, en esta edición americana, aparecen temas como Yesterday o Eight Days A Week que, en su lista canónica inglesa nunca fueron publicados fuera de los Lps correspondientes. Más sorprendente aún es que la cronología salte por los aires y aparezca She Loves You como primer tema seguida por Love Me Do que solo muy circunstancialmente puede considerarse como uno de sus más grandes éxitos, si bien en Estados Unidos alcanzó el primer puesto de las listas en la cima de la beatlemania, no se puede justificar la exclusión de títulos como Please, Please Me o From Me To You. 


Otra cuestión curiosa que tiene esta compilación era que Hey Jude quedaba recortado en más de dos minutos, de modo que cuando pude escuchar la versión completa, sin aún saber que la que yo conocía era una mutilación incomprensible, pude disfrutar de la canción casi como si fuera nueva, con sus dos minutos adicionales de dadadadadadadada.


Esta recopilación puede decirse que pone un digno colofón a unos años desafortunados en cuanto a la gestión del catálogo beatle. Así, Love Songs de 1977 o Ballads en 1980 no parecen responder a otro propósito que el de continuar sacando provecho económico al grupo. Para compensar, en 1976 se publicó un disco doble con las canciones más roqueras de los Beatles que, nuevamente por razones poco comprensibles, fue reeditado en 1980 en dos discos separados, Rock and Roll vol. 1 y Vol. 2. Y así podríamos continuar con otros tantos, pero lo dejaremos para otra ocasión. 


Pero poco de esto me importaba. Aquí aparecía Yesterday y así pude retomar el ejercicio escolar de unos meses antes para tener otra letra más completa que sumar a mi colección de tres temas comprensibles y cantables. También aquí pude escuchar por primera vez Come Together o I Feel Fine, por ejemplo, más canciones que seguían maravillándome. Y, sin embargo, algo me causaba estupor comparando esta cinta con las otras tres que ya tenía.


El acorde inicial de A Hard Day´s Night era más crudo en la cinta nueva, Penny Lane presentaba una cantidad considerable de sonidos mágicos que no aparecían en la versión inicial. El solo de guitarra de Let It Be era más ruidoso y la coda final de All You Need Is Love algo más charanguera y animada en esta nueva casete.


Mi madre no contribuyó a tranquilizarme. Después de haberme desaconsejado comprar la cinta (que para qué, que ya tenía en casa más) se asomaba por encima de mi hombro cuando la estaba escuchando en la cocina y preguntaba con sorna si lo que sonaba era lo que yo había comprado para, una vez confirmado, hablar como una experta en los Fab Four, esos no son los Beatles, la voz de John es como la de un gato y esto no suena así. Nunca he sabido que los gatos canten y, desde luego, no sería la metáfora que utilizaría hoy en día para definir la voz de John, pero la intranquilidad quedaba ahí.


En mi interior, que amaba indistintamente todo el material que había atesorado, el propio y el de mis padres, no era capaz de rechazar ninguno de ellos y urdía todo tipo de explicaciones. La cinta recién comprada podría  ser una selección de versiones algo distintas, tal vez más rudas por la manipulación del sonido para hacerlas más actuales, o tal vez grabaron diferentes versiones de las mismas canciones. De hecho, hoy en día esta explicación podría resultar más que plausible visto que hasta un disco completo, Let It Be, presenta dos versiones bastante diferentes a gusto de los aficionados. Distintas mezclas, distintas tomas, distintas canciones, distintas orquestaciones, especialmente, menos arpas y coros de mujeres como tanto le pesó a Paul en su día. Tal vez su rechazo al tratamiento de The Long And Winding Road, y más aún la absoluta indiferencia que los otros tres mostraron a sus quejas amparándose tras las anchas espaldas de Allen Klein, aceleraron el proceso de ruptura, ya imparable en aquellos días. También podría haberme quedado tranquilo si hubiera sabido que la versión de Yesterday que ahora escuchaba difería de la versión mono, que el Let It Be del single era diferente al del Lp, lo mismo que le ocurría a Get Back o que los fans atesoraban infinitas diferencias entre las mezclas americanas e inglesas, las mono y las estéreo, las reediciones en CD de los años ochenta y otras tantas ínfimas cuestiones a los ojos de cualquier persona sensata y cabal.


Pero en aquellos días nada de esto sabía, solo que tenía cuatro discos de los Beatles y que quería más, fueran o no ellos, las canciones era lo que importaba y todas me gustaban. Con el tiempo fui comprando más cintas y poco a poco cada nueva adquisición ganaba protagonismo. Cuando compré el rojo y el azul, las dos espléndidas compilaciones de George Martin de 1973, el contenido de 20 Greatest Hits quedó totalmente arrumbado. Y en todo se confirmaba que el sonido que mi madre tanto cuestionaba era el de los Beatles. Para entonces tenía una revista que recogía la lista de los Lps de los Beatles e incluso tenía alguno. Para entonces ya sabía que no podía haber tanta grabación falsa de los Beatles  y, sobre todo, que todas ellas fueran obra de aquellos falsarios que mi madre había desenmascarado.


No, para entonces yo ya sabía que los Beatles eran los que yo creía que eran. Pero seguía apartando de algún modo la idea del origen de las casetes de mis padres, que aún escuchaba a menudo con cierta inquietud. Solo tiempo después, si no me falla la memoria, aunque todo podría ser falso, en casa de Jákar, otro amigo del colegio, escuché una versión de Hey Jude que claramente no era la de los Beatles que yo conocía. Me lancé a su tocadiscos, Jákar tenía tocadiscos, un lujo por entonces, y descubrí que la voz de gato que mi madre atribuía a John, no era de John. Realmente, no era tampoco la de Paul, ni la de ningún otro grupo inglés. Allí, se esclarecía definitivamente todo el misterio, en la forma de los créditos de un disco recopilatorio de canciones del pop  español de los sesenta: Hey Jude por los Rolls.


Poco más tarde, descubriría que, de las tres cintas que tenía, una de ellas ni siquiera estaba formada por canciones de los Beatles sino por éxitos de sus carreras como solistas (Another Day, Whatever Gets You Through The Night o Back Off Boogaloo, y más, con la sangrante ausencia de cualquier tema de George). Es decir, no solo la portada de la cinta falseaba a los verdaderos intérpretes, sino que atribuía a los Beatles canciones que no eran suyas. Todo un despropósito.  Aún así, seguí tratando de mantener parte de la mítica en torno a esas canciones. Durante un tiempo creí que esos Rolls debían ser un grupo de colegas de los Beatles, sin duda admiradores de su obra, que reproducían con gran fidelidad en Abbey Road sus canciones favoritas. Que los hubiera descubierto en un disco con canciones españolas junto a Los Sirex y Los Iberos carecía de explicación y tampoco le daba más vueltas. 


Pero los teníamos más cerca de lo que jamás hubiéramos pensado, los Beatles de mi madre eran un grupo de Astorga, Los Rolls (no se trataba de una castellanización de The Rolls como había imaginado sino del nombre tal cual). Aún a día de hoy sigo sin saber cómo o por qué se publicaron cintas de Los Rolls como si fueran los Beatles, sin mención al grupo real que las interpretaba. Incluso con un descarado y desafiante sello en la parte inferior izquierda “continental records UK”. Seguramente se tratase de un pequeño timo para ganar algo de dinero por parte de algún editor avispado.


Claro es que mi madre jamás reconoció el engaño, para ella, los Beatles eran aquellas cintas y aún es más, el pardillo era yo. Aunque en aquellos días esto me sirvió de gran choteo, lo cierto es que, con el tiempo, he llegado a entender que los Beatles son tan grandes que lograron trascenderse a sí mismos, su mítica es mayor que su obra, sus canciones mejores que su tiempo, su existencia tan real como un sueño. Para ella, John tenía una voz suave como la de un gato y solo grabaron 30 éxitos, los recogidos en sus tres casetes, igual que para otros muchos Paul murió en 1966. Para mí, son la presencia más constante que he tenido en toda mi vida. Así que, gracias a mi madre, gracias a Los Rolls.

 

 

 

 

sábado, 3 de julio de 2021

Conociendo a los Beatles (Parte2ª)

 
 
 

Durante el segundo trimestre del curso, ya en 1984, Marga ha repetido la actividad. Esta vez ha sido con Every breath you take de Police y Yesterday, otra canción de los Beatles que, por desgracia, no está entre los casettes de mis padres. Poco recuerdo me deja la canción puesto que solo la puedo escuchar tres o cuatro veces en clase y siempre me quedará la mueca de desdén de Juan Ángel: otra canción lenta y aburrida.
 
Pero apuntando hacia el final del curso, Marga reparte nuevas hojas y aquí sí, All my loving aparece con todo su esplendor junto a otra canción de la que no recuerdo ni el título, ni el grupo. Y sí, All my loving está entre mis tesoros. Memorizada Michelle, he continuado escuchando el resto de canciones de las cintas y, poco a poco, he aprendido todas las melodías. Esto quiere decir que puedo cantar el título y para el resto de la canción me limito a forzar una jerga propia más o menos anglosajona, al menos a mis oídos, algo parecido al método de composición de Lapido y tantos otros que primero construyen la melodía y hasta que escriben la letra, se limitan a inventarse una palabrería supuestamente inglesa.
 
Con la hoja como el mapa de un tesoro a mi disposición, vuelvo a casa y me lanzo a escuchar la canción una y otra vez hasta aprenderla. Aunque es algo más compleja y menos repetitiva que Michelle, lo cierto es que me resulta más sencilla. Descubro que la memoria para retener canciones es como cualquier músculo, se desarrolla.
 
All my loving no es propiamente una canción en forma epistolar, como lo son When I´m sixty four o P. S. I love you también escritas por Paul poco tiempo antes, pero sí se les parece en el sentido de estar escritas en primera persona y hacer mención a esa carta que se escribirá todos los días para enviar su amor, al tiempo que se promete ser fiel y le pide que cierre los ojos para besarla como el comienzo de una mejor noche. En los tiempos en que Paul compuso esta canción, las giras por Inglaterra, sus visitas continuas a Londres y el recuerdo de las largas estancias en Hamburgo han podido formar esa base en la que inspirarse. Tal vez la canción sea la versión con melodía de las promesas que tantas veces habrá tenido que hacer a sus diversos ligues y novias antes de cada partida, tal vez esto dé algo de verosimilitud al conjunto, algo deslucido por esa promesa de fidelidad que, a todas luces, se sabe falsa, una mentira piadosa en el mejor de los casos.
 
Esta canción también será la primera que los Beatles interpreten en Estados Unidos, en su presentación en el Ed Sullivan Show y cuenta con un guitarreo rítmico de John, los famosos tripletes, que será a menudo citado como un ejemplo de su peculiar modo de afrontar su labor de segundo guitarra. Y también es admirable el solo de George en el que refleja cuánto ha aprendido de guitarristas como Carl Perkins o Chet Atjins.
 
Pero volvemos a mi casa, en la que ya solo escucho las tres cintas de los Beatles, esos 30 Great Hits de los que no tengo más información que dos letras completas y los créditos de las canciones. Ni fechas, ni discos en que aparecieron, ni siquiera fotos del grupo, del que solo tengo alguna imagen vaporosa, algo de la tele, alguna revista, poco más. Pero tengo claro que hay algo que me gusta más en esas treinta canciones que en nada de lo que haya escuchado antes. Seguramente, parte de esa obsesión viene de haber escuchado una y otra vez las mismas canciones aburrido de rebobinar a todas horas para volver al comienzo de Michelle, de All my loving. Sea como sea, lo cierto es que todas las canciones me gustan, todas me parecen mejores que las anteriores y de todas querría tener las letras. Ahora pienso que habría sido fácil pedirle a Marga que me diera todas las que tuviera, tal vez nunca se me ocurrió, tal vez la distancia entre alumno y profesor de aquellos años no invitaba a ello o, más probablemente, mi timidez me hacía guardar este descubrimiento como un secreto a esconder, algo tan propio de esa edad, algo que también rondaba la cabeza de John mientras componía Do you want to know a secret? o There´s a place.
 
Por eso me conformo con garabatear en una carpeta la transcripción fonética de las canciones, lo que me supondrá un grave problema cuando al fin consiga las letras. Tardaré meses en sustituir mi dialecto por las palabras correctas.
 
Y así avanzan los meses y termino por sentir como una traición a los Beatles escuchar cualquier cosa que no esté contenida en esas tres cintas, y así será durante mucho tiempo, en el que iré completando la discografía pero solo en muy raras ocasiones escucharé otra música, a otros artistas que solo volverán a llegar poco a poco en la medida en que pueda encontrar una relación entre ellos con los Beatles. Pero hasta que esto ocurra, aún deberá pasar mucho tiempo.
 
Probablemente ya sea verano de 1983 cuando vamos a comer con la familia a un restaurante muy popular, cercano a mi ciudad. Aún no sé que en ese mismo restaurante estuvieron Paul McCartney y Mal Evans en el otoño de 1966, pisando las mismas baldosas que yo piso y mirando el mismo paisaje por el que tantas veces he corrido con mis primos.  Pero esto se contará otro día.  
 
Lo cierto es que en el estante rotatorio de casettes descubro 20 Greatest Hits de los Beatles, recopilación no muy afortunada, publicada el año anterior. Pido dinero a mis padres y no sin alguna protesta (pero si ya tienes cintas suyas en casa) compro la cinta, mi primer disco propio de los Beatles. 

Conociendo a los Beatles (Parte 1ª)

 

 
 
 


Es el primer trimestre del curso ochenta y tres-ochenta y cuatro en un colegio de provincias. La clase es 7º B de EGB y la profesora de Inglés ha decidido hacer una actividad algo más práctica y propone un fill the gap. Reparte dos hojas con los textos de dos canciones en inglés con algunos espacios en blanco para que los alumnos, escuchando la canción puedan completar los huecos. Después de la actividad se repasará el nuevo vocabulario y la gramática.

Marga es una profesora joven en un colegio con un claustro algo maduro y en el que todavía los alumnos son exclusivamente varones. Con doce o trece años, la adolescencia ya ha llamado a la puerta y algunos chavales muestran su predilección por Marga, a veces de manera algo cazurril, otras a escondidas. No es fácil enseñar en ese contexto, sobrehormonado pero trata de interesar a los chicos con alguna actividad diferente.

Sin saberlo, está siguiendo los pasos de Juan Carrión, el viejo profesor de inglés que enseñara a través de las canciones de los Beatles y que viajó a Almería para conocer a John Lennon mientras rodaba How I won the war y le pedía que las letras de las canciones se incluyeran en los discos. John, sorprendentemente, le hizo caso y así las letras de su siguiente disco, Sgt. Pepper`s Lonely Hearts Club Band, lucirían en su contraportada. Seguramente el profesor Carrión se sorprendería de que su pequeña victoria terminase formando parte de alguna de las pruebas de la falsa muerte de Paul McCartney.

Seguramente Marga no conoce la historia del profesor Carrión, tampoco sé si habrá visto la película que la narra, Vivir es fácil con los ojos cerrados y si se hubiera sentido identificada con él. Pero nada de esto pasa por su cabeza mientras reparte las hojas entre los pupitres.

En la última fila de la clase, Juan Ángel y yo recibimos los dos folios. El ejercicio será fácil para él, va a clases particulares con el único nativo inglés de toda la ciudad, y yo soy consciente de que tengo que mejorar  

Las dos canciones elegidas son Nowhere Man y Michelle: Una de John, una de Paul, no se puede ser más ecuánime. Ambas de Rubber Soul, el comienzo del gran cambio, también para mí. No deja de resultar curioso que para un ejercicio de inglés se elija una canción que tiene palabras en francés. Hasta hoy, siguen siendo prácticamente las únicas que conozco de ese idioma.Casi como Paul que tan solo es capaz de recordar de sus clases de español Tres conejos en un árbol, tocando el tambor, que sí que no, que sí lo he visto yo.

No recuerdo si las canciones me gustaron en ese momento. Pero sí sé que ese mismo día busqué en el cajón en el que mis padres guardaban sus casettes y en el que sabía que había algunos de los Beatles.

Me gustaba la música, diría que mucho, pero lo cierto es que solo tenía dos vías de conocimiento musical: ese cajón y la radio. Ya había visto antes las cintas de los Beatles de mis padres pero, por alguna razón, nunca las había prestado atención. Tal vez fuera lo austero de las portadas, tal vez de alguna manera era consciente del peso de ese nombre y creía que debía ser algo tan incomprensible para mis oídos como una sinfonía de Beethoven. En resumen, el peso de su leyenda les hizo merecedores de un Roll over Beatles.

Así que prefería otros casettes que me parecían más amigables, ligeros, apropiados a mis oídos de 13 años. Y sí, escuchaba a Abba, Simon  & Gartfunkel Serrat, Paco Ibáñez, Pink Floyd o Boney M, un revoltijo de restos musicales que mis padres habían ido atesorando a lo largo de los años, con poca coherencia y mucho eclecticismo. Pero ese caos parece marca de la época. Repasando la lista de números uno en Los 40 Principales de ese año, vemos a Los Elegantes, Olé ,Olé, La Unión o Los Pistones, juntoa David Bowie, el Thriller de Michael Jackson o los Stones pero también bien secundados por Julio Iglesias, Chiquetete, Perales, Aute, Gonzalo o Bertín Osborne. Así no es fácil forjarse un buen gusto musical perdurable.

Pero tampoco era para quejarse. Apenas dos años antes se había inaugurado la delegación de la Cadena Ser en la ciudad y así llegó la FM musical. Dos locutores causaron sensación, uno de ellos lucía una cresta espectacular con un atuendo propio de los modernos que se veían en algunos de los escasos videos que se emitían en la televisión pública. Así era la vida musical en provincias. Poca o nula oferta, escaso acceso a revistas especializadas y una total y absoluta carencia de tiendas en las que poder comprar algo que pudiera sonar más excitante que Camilo Sesto o Francisco.

En las casettes de los Beatles que hay en mi casa no aparece Nowhere Man, así que me concentro en Michelle, por fortuna, una letra más sencilla, algo repetitiva. No en vano la canción trata de representar los esfuerzos de un joven inglés por hacer saber a una bella francesa cuánto la ama, eligiendo pocas palabras, sencillas, idóneas para mi segundo año de estudio de inglés.

Tampoco fue fácil para Paul encontrar las palabras correctas. Hubo de recurrir a la esposa de su viejo amigo de Liverpool, Ivan Vaughan, profesora de francés para que tratara de encajar las palabras que van bien juntas. Y allí estaba yo, tratando de memorizarlas, de comprenderlas e incluso de cantarlas. 

Hoy no es fácil hacerse una idea del complicado proceso que había que seguir para escuchar una canción una y otra vez. Se lo trato de explicar a mi hijo de diez años y se ríe pensando que le tomo el pelo. Todo lo que no sea dar un toque a una pantalla parece tan lejano como la Guerra de los Treinta Años.

Trataré de explicarlo. Se apretaba el botón de play, no se pulsaba o tocaba, se apretaba, porque había que hacer fuerza, cosas del mundo analógico. La canción sonaba y, al terminar, se presionaba el botón de stop. La cinta se detenía y comenzábamos la labor de rebobinado Presionando el botón rewind, parando, dando al play para ver si habíamos retrocedido lo bastante, volviendo a rebobinar, avanzando en su caso, hasta que llegábamos a ese espacio de silencio que separa las canciones, nuestro punto de partida, y a volver a comenzar.  

En ocasiones, para rebobinar completamente una cinta se recurría a un boli Bic, cuya forma poliédrica encajaba de un modo mágico, misterioso, en las ruedas de los casettes.

Y una y otra vez escucho la canción, aprendo la letra, la canto de continuo para grabar la pronunciación y fijar las palabras. Mi primera canción en inglés, mi primera canción de los Beatles.

 

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